¿Miedo? Hazlo tuyo.
Estás en una azotea, viendo a otra a un poco más de dos metros. Sientes a través de la suela del zapato la orilla del edificio, los dedos de los pies acariciando ese borde. Fijamente tu mirada en el siguiente espacio de concreto, separado por un vacío de más de 5 pisos, sientes el viento pasar a tu alrededor. Estás listo para lo que viene, es lo que quieres. Llevas tiempo ya meditando la posibilidad de lograrlo. Preparas tu cuerpo, suspiras y saltas. Y justo a la mitad del salto te preguntas, ¿Qué estoy haciendo?
Si alguna vez has practicado parkour, sabes de lo que hablo. Aunque, a sinceridad absoluta, este mismo sentimiento lo encontramos cada vez que haremos un “salto” ya sea físico, mental o emocional. Un nuevo proyecto, cambio de casa, nuevo trabajo, decirle lo que sientes a esa persona especial, la noticia de un hijo y su llegada a este mundo... Todo eso nos causa emoción y al mismo tiempo miedo. Pero... ¿Qué es el miedo? En parkour, lo consideramos nuestro mejor amigo, compañero de aventuras, el mejor maestro.
Si eres de aquellos que creen que el combatir el miedo es el camino correcto, ¡Detente! Luchar contra ese gran sentido es contraproducente. ¿Te imaginas nunca tener miedo? Nunca habría alarma natural hacia el peligro, pues es lo que esto nos regala: La conciencia de estar cerca de algo que nos puede lastimar emocional, física o mentalmente. Y es ahí donde existe la diferencia entre aquel que avanza, y aquel que mantiene el miedo a fuego vivo. Aunque no existe una fórmula mágica universal para cambiar el estado conocido como “venado lampareado”, o el “shock” por el miedo, si que hay ciertas cosas que podemos hacer para contrarrestar el congelarnos en situaciones difíciles, complicadas o desconocidas.

Pongamos el ejemplo con el que iniciamos este escrito... Lo más seguro es que el practicante que está saltando tiene ya experiencia en el asunto. Es decir, entrenó muchos años para decidir que es capaz de realizar aquel salto en específico. Lo más seguro es que haya realizado saltos de la misma distancia en diferentes ejercicios menos peligrosos, sobre diferentes superficies. Que haya entrenado el desarrollo de la fuerza de sus piernas, y el control de salto, caída y recepción. Lo más seguro es que haya visto varias veces, desde diferentes ángulos éste mismo movimiento que ahora realiza. Pero... ¿Qué fue lo que lo llevó a cometer tal locura? Nada mas y nada menos que el deseo de experimentar eso de lo que tantos corremos de... El miedo.
Al estar a punto de saltar, y estando en el aire, te acompaña esa sensación de atención absoluta pues, miedo presente, tu cuerpo entra en un estado de alerta especial. Al constantemente salir de tu zona de confort, atraes esa sensación a ti. Si aprendes a relajarte y entender, sentir que es lo que tu cuerpo te está comunicando, puedes tomar acción y hacer algo al respecto. Eventualmente, con la práctica y dedicación, esto se convierte en un aprendizaje dándote la posibilidad de ver el mundo en “cámara lenta” por fracciones de segundo, gracias al golpe de adrenalina. Es justo en esa fracción de segundo donde las decisiones más importantes se toman. Ese momento en el que ya no hay marcha atrás, al crear el impulso suficiente para levantarte del suelo sin posibilidad de frenarlo. El aventarte a lo desconocido.
La recompensa viene al llegar a tu destino, al caer a esa azotea sea metafórica o física. El haber logrado lo que te propusiste, después de haberte preparado tanto tiempo para eso. Para el practicante, el recibir en la siguiente azotea con suavidad es la meta en cuestión y, al lograrlo, el miedo se desvanece, dejando únicamente la sensación de inestabilidad, de poder. La emoción nos embarga y nos hace sentir invencibles por unos segundos, liberando endorfinas suficientes para hacerte gritar. Es ahí, en ese momento, en donde el miedo se convierte en nuestro mejor amigo. El miedo, ahora, es tuyo.
Por Andrés R. Toffel
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